Un silencio que está lleno de Ser
Del rendimiento al ritual: el reencuentro con la lectura viva.
«La felicidad está en las cosas tranquilas y cotidianas. Una mesa, una silla, un libro con un cortapapeles metido entre las páginas. Y el pétalo cayendo de la rosa, y la luz parpadeando mientras nos sentamos en silencio».
—Virginia Woolf
Fines de junio. Quebrada de Luna. Casa Luz.
Sigo intentando recuperar el ritmo de lectura que tenía hace unos años. El ritual era infalible: sólo requería silencio, un sillón y el libro elegido. La temporada junto al mar de Ostende reforzó el hábito, acompañada del mate, una manta y la postergación de toda actividad laboral hasta las 10 de la mañana. Subrayaba con voracidad páginas y párrafos de Leila Guerriero, Betina González, Clarice Lispector, Byung-Chul Han y Henry David Thoureau. El día comenzaba sumergida en ensayos y reflexiones poéticas sobre la vida, la naturaleza y el reino de lo inasible.
Cuando regresé a la ciudad de la furia, el estado de lucha por recuperar esa rutina cayó sobre mí como una tempestad de autoexigencia, apego, frustración. Empapada y a la deriva, la lectura no surgía como un anhelo o una voluntad, sino como una demanda y una responsabilidad disfrazada de vocación, dedicación y pausa.
Qué fácil es convertirse en la enemiga propia. Qué astuta es la ilusión del ego al marcar la falta, la carencia, la insuficiencia.
Solsticio de invierno. Casa Luz.
Llega una frase que capta mi atención: «Permitiendo que la quietud nos habite».
Me interesa que el verbo figure en gerundio, porque indica un proceso: algo se desenvuelve y va revelándose, algo que no tiene por qué desarrollarse de forma lineal.
¿En qué medida inhabilito mi quietud al exigir el rendimiento?
¿De qué manera estoy distorsionando la intención de leer al realizarla desde el acto de aprovechar el tiempo al máximo?
¿Puedo contaminar la escritura con esta metodología utilitaria?
La ilusión de rendimiento afirma que si no leo y/o si no escribo, estoy en falta o no estoy siendo eficiente o productiva como en otras épocas. Pero lo que la ilusión no sabe es que al aguardar la visita de los pájaros, al observar el desplazamiento del sol en los ambientes de la casa o al escuchar un disco de principio a fin, también estoy permitiendo que la quietud de la lectura me habite. No se trata de una lectura intelectual, sino de una lectura vivencial, una lectura realizada desde el espíritu.
Lo que define si la actividad es metódicamente utilitaria o no es la intención que asoma detrás de ella, la medida en que el nivel de libertad que emerge de ella está relacionado al Ser y no al hacer.
La voz de Maga y las expansiones del Curso acarician la mañana:
«Cuando soltamos la compulsión de buscar en la forma, en el cuerpo, en el mundo, comenzamos a entrar en el único espacio donde puede escucharse la verdad. El silencio, pero no el vacío, es el silencio vivo donde soy eso que no tiene palabras, pero que dice con certeza absoluta: SOY. Ese SOY no necesita completar nada, no necesita defenderse de nada, no necesita tiempo; es la presencia que permanece cuando todo, todas las formas, se disuelven. Y ese SOY (o en respuesta de Dios: ERES), es la respuesta. ERES el plan de Dios para la salvación. No es un itinerario, no es una mejora, no es una conquista; es el recuerdo vivencial de que SOY.
(…) ¿Y qué escuchamos?
Un silencio que no es ausencia, un silencio que está lleno de Ser. En el silencio no se nos dice “esto es lo que tienes que hacer”, sino “esto es lo que eres”».1
La lucidez aparece: cuando escribo desde la luz que me ofrenda la visión, brota una inspiración que está llena de Ser. Es una escritura que no tiene utilidad, que no deriva en un producto o una finalidad específica. Es una escritura que me acerca a la verdadera función: estar en contacto con el alma que existe en todo, con el espíritu que habita en los reinos que me rodean; interlocutar con la voz profunda.
Es escribir por la escritura misma.
Es escribir hasta volverme una con la escritura.
Es transformar el diario, es decir «la casa de los días», en un hogar para la vida aconteciendo.
Imagino, entonces, una antología de las lecciones del Curso que me asistan en la tarea de entregar el control, la ansiedad de hacer, el apego a la que fui:
La presencia es la luz en la que veo.
Mi voluntad es que se haga la luz.2
La luz ha llegado:3 Tengo derecho al milagro de Ser.
Que se me permita escribir siempre en estado de disposición.
Paisajes de fondo para esta escritura, es decir, lecturas de amigas y colegas:
🌿 Esta invitación a la imaginación de Ori.
🌿 Esta cartografía de la respiración de Sari.